Un manual para entender el sexo gay: «Si solo follan los guapos, ¿cómo es posible que tengamos fama de promiscuos?»

Martín, que es representante del Consejo Español de Psicología en la Oficina para Asuntos LGTBI+ de la American Psychological Association, publica ‘Gay Sex’ (editorial Roca), su cuarto libro, que sigue la estela de aquel ‘Quiérete mucho, maricón’ con el que animaba a sus lectores a quererse a si mismos, como persigue la psicología afirmativa gay, una corriente que busca apoyar a los hombres gays para que vivan su sexualidad libremente.

¿Cuál es el gran mito alrededor del sexo entre hombres?

Que es muy abundante y tan extremo como nos venden algunas películas y obras de ficción. Es verdad que hay un grupo de hombres homosexuales que tiene muchas relaciones sexuales, pero es algo que está muy concentrado en las grandes ciudades. La población que vive en ciudades más pequeñas tiene menos acceso a parejas sexuales que los heteros. Encuestas con cientos de miles de participantes, como el Informe EMIS, te dicen que en torno al 70% no tiene más de 10 parejas sexuales al año. En cuanto a las prácticas, nos venden esa iconografía del gay y las orgías, el ‘fisting’ y no sé cuántas cosas más, todas muy extremas. La realidad es que la mayoría de relaciones son dos señores en su casa a las cuatro de la tarde que se besan, se comen las pollas y a veces se penetran.

En ‘Gay Sex’ explica que a partir del siglo XVIII el sexo entre hombres pasó paulatinamente de considerarse un pecado a una enfermedad mental. En pleno siglo XXI, ¿qué queda de ese pecado y de esa enfermedad?

Del pecado queda la sensación de culpa, por ejemplo, cuanto te infectas de alguna Infección de Transmisión Sexual (ITS). La gente lo vive como un castigo, porque se supone que estás haciendo las cosas incorrectamente y, ¿quién te manda? Pero también a la hora de sentirse libre para expresar lo que uno desea, sobre todo si las prácticas no son muy normativas. A la que sales del típico modelo de sexo en pareja, casi haciendo el misionero, hay gente que lo vive con mucha culpa. Incluso te encuentras con muchos hombres a los que les resulta muy difícil y se sienten avergonzados si les gusta que les penetren o hacer sexo oral. Aún tenemos esa carga tremenda, sobre todo del que recibe dentro de sí el pene de otro hombre.

En cuanto a la enfermedad, observo con frecuencia a muchos hombres con nosofobia. Son hombres homosexuales con un pánico terrible a infectarse de cualquier ITS en cualquiera de sus interacciones sexuales. Tal vez se masturban con otro hombre y ya están súper agobiados, les sube la ansiedad, llaman a todos los teléfonos de información, se hacen todas las pruebas, especialmente la del VIH, y viven sus relaciones sexuales con muchísima angustia. Hay gente que tiene la sexualidad muy destrozada por culpa de esa idea que acompaña de que el sexo homosexual en sí mismo va a traer malas consecuencias.

¿Vivimos en un país sexofóbico?

En una cultura sexofóbica, que nos ha enseñado que el sexo es malísimo. Tenemos pendiente terminar la liberación sexual. Estamos habituados a escuchar a los conservadores hablar mal del sexo, pero lo cierto es que incluso determinados sectores progresistas son tremendamente mojigatos en algunos aspectos. A la hora de hablar de sexo, les cuesta muchísimo hacer políticas reales. Hay una vuelta al puritanismo. Todavía tenemos muchísimos problemas para hablar de educación sexual o para hablar de porno con adolescentes, por ejemplo. Se llevan las manos a la cabeza y ponen el grito en el cielo. Los profesionales de educación sexual se están encontrando con un montón de problemas y tienen que hablar de lo básico: explicar los genitales, la reproducción, los medios anticonceptivos y un poco las ITS. Pero olvídate de hablar de cómo se come una polla. Y así están los adolescentes, buscando de forma errónea la educación en el porno.

¿Es la sexualidad la asignatura pendiente?

Sería fantástico que los adolescentes pudieran hablar con sus padres y madres con mucha naturalidad y que habláramos de cómo son las relaciones sexuales, que haya una formación, una información, que se resuelvan dudas… pero eso no ocurre. Los adultos no se atreven a hablar de sexualidad con sus hijos. Se supone que las escuelas están para uniformizar y que al menos todos los ciudadanos partan de un conocimiento mínimo suficiente. Pues no: ahí están los conservadores con su pin parental, porque ellos consideran que la sexualidad solamente sirve para reproducirse dentro del matrimonio. Si entendiéramos que la sexualidad es una cosa mucho más amplia, trascendente e importante en la vida de cualquier ser humano, a lo mejor, a lo mejor y solo a lo mejor, las políticas cambiarían.

Los grandes logros del colectivo LGTBI en los últimos años han pasado por adaptarse o reproducir estructuras tradicionales, como el matrimonio.

Partimos de que yo, como gay, debo tener los mismos derechos que cualquier ciudadano y eso incluye el derecho a casarme con quien yo quiera. A partir de ahí, tampoco debo vivirlo como la obligación de casarme para ser considerado un ciudadano de bien. Por otro lado, cada vez hay más parejas abiertas heterosexuales, heterosexuales divorciados, heterosexuales solteros, heterosexuales que tienen relaciones que calificaríamos de promiscuas, etc. Se habla mucho del modelo heteronormativo sin darnos cuenta de que ese modelo ya no sirve ni siquiera a los heterosexuales de la generación actual.

¿Qué efecto tiene la «sobreoferta» que hay en aplicaciones para ligar como Grindr?

En ‘Gay Sex’ comento en algún momento que es como el Wallapop del sexo. No voy a conocer a una persona, busco un perfil y quiero ese perfil, igual que quiero una estantería de tres baldas y no me lo ofrezcas de dos porque no me sirve. También te encuentras con personas en diferentes estados de ánimo y, a lo mejor, te encuentras con alguien que está ya muy cachondo y busca tener sexo en ese mismo momento. Puedes sentirte abrumado ante su inmediatez, igual que si, por ejemplo, llegas a una discoteca fresco a las cinco de la mañana. Yo creo que hay un punto problemático relacionado con saber comunicarnos con esas identidades virtuales, con saber que los demás pueden estar en un momento de excitación o de búsqueda que no es exactamente el mismo que el nuestro ¡y no abrumarnos por eso!

¿En estas apps se normalizan mensajes discriminatorios que no se reproducirían cara a cara?

Cuando hablamos de estos asuntos es bueno que comprendamos que todos tenemos nuestra preferencia, queramos o no queramos, pero que podemos expresarlas educadamente o como idiotas. Si a mí me gustan los hombres de mi edad y me entra por Grindr alguien que tiene 20 años menos que yo, le puedo decir de forma educada que muchas gracias, que es muy amable y me callo (y ya se sobreentiende que no tengo interés sexual) o le puedo decir: ‘¿qué haces entrándome, niñato?’. El problema no es tanto que nosotros tengamos nuestras preferencias y sepamos con qué si (y con qué no) podemos tener una respuesta sexual. El problema es que seamos maleducados.

Otro aspecto es aquello de ‘gordos no’, ‘plumas no’ y demás, donde hay mucho prejuicio. Quien se expresa así está diciéndole ‘no’ a todo un colectivo porque presenta una característica que está estigmatizada. Va con tantos filtros puestos en la aplicación que no está permitiendo una interacción de forma natural.

Defiendes que los cuerpos ‘normativos’ son los cuerpos menos normativos del mundo. ¿Cómo afecta eso a la autoestima erótica?

Más bien llamo la atención sobre el hecho paradójico de que llamemos «normativos» a cuerpos que no son la norma en absoluto. ¿Cómo afecta? Nosotros mismos nos hemos creado un estereotipo acerca de quienes tienen éxito, aunque luego las cifras nos desmienten: si solo follan los guapos, ¿cómo es posible que tengamos fama de promiscuos? En lo referente a la presión social, hay un riesgo en un colectivo como el nuestro, que ha sufrido tanto acoso y que ha visto su autoestima tan machacada durante años. Ese riesgo tiene que ver con la búsqueda de la validación ajena en base a características como el aspecto físico y que hace que muchos estén muy pendientes de esta parte de sus personas.

Sin embargo, también hay otra presión interna. Si tú mismo sabes que no follarías con alguien que no te parece atractivo porque no tendrías respuesta sexual, sabes que para que otra persona (llamémosle Juan) quiera follar contigo, tienes que resultarle atractivo. En ese momento comienzas un proceso para valorar cuáles serían las probabilidades de éxito y a pensar cuáles serían los hombres que le gustan a Juan. Puedo cometer el error de creer, guiado por los cánones estéticos, que a Juan le gustarán los hombres que encajen en los estereotipos culturales. Pero ese es mi error, porque no sé nada de Juan, ni siquiera si le gustan los hombres canónicos o los hombres que no lo son. Los cánones pueden jugar en contra de mi autoestima erótica porque me hacen pensar que no tengo opciones de parecerle atractivo a Juan. Si tengo baja mi autoestima erótica y creo que, por no tener un «cuerpo normativo» no le voy a gustar a Juan, no haré ningún intento de acercarme a él.

¿En qué medida la cultura o los prejuicios internos nos impiden relacionarnos o realizar según qué prácticas sexuales?

Los prejuicios internos no son otra cosas que los prejuicios culturales que hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida. En nuestra cultura el sexo entre hombres está muy denostado y empleamos a menudo expresiones como «poner el culo» para señalar sumisión o humillación, así que sirve como buen ejemplo del modo en que hemos aprendido que nuestra sexualidad está connotada de forma despectiva. Si te gusta ser penetrado porque disfrutas mucho prostáticamente pero te han enseñado que es vergonzoso «dejarte follar», está servido el conflicto entre lo que te apetece hacer y lo que tu cultura opina sobre tus prácticas sexuales. Para muchos hombres esta losa supone un detrimento sustancial de la naturalidad con la que deberían poder disfrutar de sus prácticas sexuales.

¿Cómo se puede mejorar la autoestima erótica?

Lo primero que tenemos que hacer es desmontar toda esa mitología acerca de cómo se supone que tiene que ser nuestro cuerpo o cómo se supone que tiene que ser nuestro desempeño para, al hacerlo, darnos cuenta de que estamos perfectamente preparados para tener relaciones sexuales más que satisfactorias. Es un proceso largo, bastante largo, en el que hay que cuestionarse muchas cosas pero el resultado es vivir una sexualidad libre, gozosa y desacomplejada. Por muy largo que sea el proceso, evidentemente, merece la pena.

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